Como si cosa del destino fuera, que nos une y nos separa, juega con nosotros como apetecer le apetece.
Un día juntos, atados, sin espacio. Y al día siguiente...
Esa tarde yo compré un billete hacia el sur a las 4 y media de la tarde del día siguiente, así que a las 4 estaría en la estación de autobuses.
Al poco tiempo, en mi casa, recordaste que aun no habías comprado tu billete hacia el norte; y esa noche, yo te compré por internet el billete que te haría estar en la misma estación de autobuses pero media hora antes.
Nos despedimos como todas las despedidas, dolorosas, cerramos los ojos, y al abrirlos la puerta estaba cerrada. Era mejor pensar que sólo nos separaba una puerta, que cada uno estábamos al otro lado de la puerta, que pensar que por algún extraño motivo tú ibas a acabar en el norte, y yo en el sur.
Abrí los ojos, y regresé a mi habitación. Pese a pensar que solo era una puerta no pude más que sentir un vacío. El vacío que siento cada vez que no estás, que no sé muy bien por qué, solo consiguieron llenar tus miradas y tus palabras, tus brazos y tus labios.
Al día siguiente tu cruzabas una puerta verde, allí a la derecha estaba la máquina de autofotografiarse. Ésta en la que siempre salimos horribles. Y allí estaba una chica pelirroja, con el pelo muy largo y los labios muy finos. Intentaba una tras otra vez sacarse una foto decente, gritaba que ésa sería la última vez que lo intentaba, pero luego descubrí que no fue así.
Bajaste las escaleras. Eran ya las 3 y cuarto de la tarde, y como billete llevabas un mensaje en el móvil y un número de localizador que te habían enviado a mi correo.
Esperaste unos minutos, muchos, mirando hacia atrás, mirando a ver si por casualidad, yo era de aquellas chicas que necesita llegar una hora antes a los sitios para sentirse tranquila. Pero no; yo ya había pasado esa fase, ahora me valía con llegar justa de tiempo.
En ese momento yo estaba despidiéndome de mi compañera de piso. Eran ya las 4 de la tarde, y tu autobús salía con retraso. Mirabas continuamente a la línea de escaleras que separaba la calle de la parada de autobuses. Esperabas aunque fuera por un instante que yo apareciera antes de que tu bus desapareciera.
Al fin llegó tu autobús y montaste rápido. Ya cansado de esperar solo querías desaparecer. Aquél lugar te daba demasiados recuerdos. -La separación se pasa mejor en en un lugar en el que no esté asociado que debamos estar juntos. Pensaste.
En ese mismo instante crucé esa misma puerta verde que tú cruzaste minutos atrás. La chica pelirroja ahora estaba fuera de la máquina del "fotomatón" gritándole que de una vez por todas le hiciera una foto para colocarla en su DNI o no volvería a intentarlo de nuevo. Esta vez, parecía en serio, pero por alguna razón no acabé de creérmelo.
Crucé rápido la estación. Llevaba todo el camino hasta la estación pensando en que tú habrías pasado por el mismo camino, cruzado las mismas calles y entrado por la misma puerta hace tan solo media hora, o unos pocos minutos más. Sabía que podría haber ido un poco antes a la estación, pero no sabía si querrías verme, no sabía si yo quería tener que despedirme allí otra vez, como hice años atrás, cuando apenas te conocía.
Salí por fin al espacio en el que paran todos los autobuses.
Mi autobús ya estaba allí.
Y el tuyo, sin saberlo, era el que estaba saliendo por la puerta de la estación, dirección al norte, al frío, por muchos días, demasiados si me permitís decirlo. Mientras, yo, con una sensación de tristeza y sin mirar hacia arriba, le enseñe mi teléfono móvil al conductor del autobús, pues igual que tú, ese era mi billete de viaje. Un viaje que me acabaría conduciendo al lugar opuesto.....
....pero quizá en el momento correcto.
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