Desesperada ella subía las eternas escaleras de su portal en la Avenue 74 de Manhattan. Vivía en un octavo pero para completar la noche el ascensor había fallado, una vez más. Era un día frío, desde la ventana de casa veía como caían poco a poco y cada vez más rápido pequeños copos de nieve que iban cuajando en la empedrada calle que había bajo su balcón. Los coches ya no hacía ese ruido al pasar, ya no había carreras de motos en la recta calle, los gritos de la ciudad se habían acallado bajo ese intenso manto blanco, ya nada se escuchaba, excepto la caída leve de ese frío congelante. A veces sentía que nada era tan importante, que nada era irrevocable y que esta vez tendría la fuerza de cambiar todo. Pero otras veces... pensaba que la felicidad no estaba hecha para ella, siempre había pensando que su sonrisa no era bonita; ¿Por qué forzarla entonces? Aun así sabía que albergaba una esperanza y miraba el teléfono cada 3 minutos.
Con la grandiosidad de la ciudad de nuevo le entraron ganas de salir. Se armó de su boina parisina de los domingos, su paraguas de color rojo chillón y bajó de nuevo andando desde el octavo. Esta vez la ciudad seria su pareja. Seguro que ésta no le engañaría. En cuanto puso un pie en el suelo recién mojado se sintió inmune a todo, parecía como que podría levitar, parecía que la nieve de ese día que caía con fuerza, le estaba dando la fortaleza para salir corriendo pese al frío, pese a los altos tacones que como de costumbre le acompañaban. Se armó de valor y ataviada con su paraguas, su abrigo que porqué no decirlo.. pesaba más que ella... y esos tacones de la seguridad, salió corriendo calle arriba. Salió del centro de su amada ciudad para dirigirse a la calle que más odiaba de todo Manhattan, la calle que le había brindado los mejores momentos, pero también la misma en la que había vivido los peores. Los recuerdos siempre se le amontonaban cuando pasaba por allí, la simple mención al nombre de la calle, le hacía revolverse siempre entre las sábanas para gritar, gritar para que él lo escuchara, gritarle lo que siempre quiso decirle, lo que durante años ocultó. ¿Por qué habían estado juntos de ese modo? Siempre ambos habían querido más y ninguno había sabido despegar los labios para decírselo al otro. Ahora parecía tarde, él acababa de encontrar una chica que le hacía reír al igual que ella, una chica que parecía que si había sabido articular las palabras necesarias a tiempo. Pero esta vez no pensaba quedarse en su habitación gritando en su cama amortiguando la fuerza de sus gritos atrapada entre sus sábanas, que por cierto, también le recordaban a él, y a todas las veces que él había estado envuelto entre ellas junto a ella.
Pensó en la rabia que le daba cada vez que abandonaba su casa con un simple susurro.... "nos vemos mañana", pensó en todos los "mañanas" que había estado esperando la llamada, que sí, llegó, pero siempre llega al día 28 multiplicado por mañana. ¿Solo se necesitaban a veces? Ella sabía que no, y sabía que habían estado demasiado tiempo jugando, ya era hora de hacer las cosas bien, y no hacer más daño. ¿Por qué ella tampoco había llamado nunca "mañana"? ¿Por qué parecía que siempre tenía que ser él quién hiciera todo y ella quién esperara sentada que todo misteriosamente saliera mágicamente como ella deseaba? Ok, él no llamaba. Pero ella tampoco lo hizo, ¿eso significaba que ella solo quería verle cada 28 días? Por tanto... ¿Sería que el no llamaba tampoco porque solo cada 28 días sentía algo por ella, mientras que el resto del tiempo no recordaba incluso ni su nombre?
El camino se le estaba haciendo eterno. Estaba verdaderamente lejos aunque lo necesitaba para preparar su discurso... Tenía que atravesar ese maravilloso puente luminoso. Por debajo siempre pasaban miles de coches, motos, bicicletas... la calle más concurrida de la ciudad, pero sin embargo ese día estaba vacía, la nieve había convertido la ciudad en un lugar más silencioso que incluso el mismísimo bosque más lejano. Cuando se encontraba sobre el puente se cruzó con la única persona en toda la ciudad con la que se había cruzado en su nocturna andadura.
No podía creérselo, sus ojos se incendiaron de ira, la persona con la que se había cruzado era la única persona en el mundo que no querría volver a ver desde que la vio agarrada de la mano de la que ella misma debería ir colgada desde hace años. Y lo peor no fue simplemente que se cruzaran sino que ella le miró desafiándola, como aquél niño que en el instituto reta a otro para verse las caras a la salida al recreo. Se quedó plantada en medio del puente, sin ser capaz de volver la mirada hacia atrás pero sabiendo que la otra estaría mirándola aun. No pudo seguir, no podía continuar hacía el portal que tantos recuerdos le traía, que tantos buenos momentos albergaba en sus entrañas, la otra acababa de salir de allí, seguro, de ahí la mirada, ambas se conocían, ambas se odiaban, ambas amaban a la misma persona, que presumiblemente jugaría con las dos si pudiera así que sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta, con el corazón más helado que la nieve que estaba cayendo aun, con sus manos apretadas más fuertes que el hielo que se formaría en el pequeño lago de los patos a la mañana siguiente... Irremediblemente tuvo que darse la vuelta. Su paraguas rebosaba polvo blanco, sus zapatos estaban verdaderamente fríos, necesitaría estar dos horas sentada frente a la chimenea para conseguir descongelar sus pies. Volvía a casa cabreada con el mundo, tiritando de frío y arrepentida de ser tan niña de creer que con una simple mirada conseguiría cambiarlo a él y sus caminos.
Sin embargo en ese momento alguien completamente desolado tocaba el timbre del apartamento en el octavo de la calle Avenue 74. A punto de quemar el timbre decidió probar con el teléfono pero tampoco obtuvo respuesta. Esta ves estaba claro, se había cansado de esperarle, había perdido su oportunidad y no le quedaría otra que abandonar el terreno de juego con las orejas gachas, más incluso que la liebre que perdió la carrera contra la tortuga en aquella famosa fábula.
Ambos sin saberlo se dirigían hacia un punto en común. Ambos con la lágrima a punto de asomar a través de sus vidriosos ojos, pero aguantando para no dejarla salir, ellos tendrían más fuerza que el agua salada
de su cuerpo. En una de las mil calles que había que atravesar para llegar de la casa de ella a la casa de él, se cruzaron. Sí, se cruzaron, porque ninguno quiso levantar la vista para ver con quien se cruzaba, ella no quería volver a recibir otra mirada como la anterior, y él no quería que cualquier persona que hubiera esa noche por la ciudad humeante de frío le viera con los ojos vidriosos a punto de explotar. Ambos pasaron como desconocidos mirando al suelo.
Siguieron andando unos metros, ella no pudo contener las lágrimas y trató de buscar un pañuelo en su bolso. Él se paró en seco en medio de la calle, creía haber reconocido esos zapatos de Manolo Blahnik de la chica con la que se había cruzado. Ella buscaba desesperadamente el pañuelo dentro de su enano bolso de firma a rebosar, intentando mantener el equilibrio y el paraguas debajo del brazo, pero al fin no lo consiguió y antes que caerse ella al suelo y culminar la noche, prefirió dejar caer el paraguas.
Por fin él se dio la vuelta, los sollozos de ella, el pequeño grito de maldición que se le escapó de los labios a la vez que el paraguas se escapaba de sus manos hicieron que por fin él reconociera a la que siempre debió de ser su chica, y no una simple chica más de Manhattan.
-¿Carrie? Preguntó él acercándose un poco.
Ella levantó la vista del suelo, el bolso se le escapó de las titubeantes manos, nunca supe si fue por el frío de la noche o por haber reconocido esa voz que tanto tiempo esperaba escuchar cerca. Todas sus cosas se desparramaron por la desierta calle, mientras los ojos de Carrie se entrelazaban con los ojos de John. Sus miradas vidriosas se hicieron compañia para que ninguno se sintiera avergonzado. Una sonrisa nerviosa brotó de los labios de ella que no pudo contener las lágrimas ni un minuto más y comenzó a llorar irremediablemente a un ritmo imparable. Por fin al hombre de hielo pareció asomársele una lágrima por debajo de su precioso ojo marrón... Se acercó rápido a ella...
-No, por favor, grítame, pégame, tírame del pelo... pero por favor, no llores, eso si que no lo soporto... - dijo mientras se acercaba con un pañuelo preparado en la mano y se agachó a recoger a Carrie del suelo, empeñada en recoger sus cosas entre sollozos sin mirar a John a los ojos.
Él solo tuvo que tirar un poco de su brazo para que ésta se echara sin pensar entre sus brazos recubiertos de nieve, abrazándolo como si ésta fuera la última vez.