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martes, 4 de junio de 2013

ful de ases.

Era el cuarto día de la segunda semana. Las 4 de la tarde y ya estaba ansiosa. No sabía porqué podía esperar una semana y media sin notar nada a parte de una ligera decepción pero había un momento clave a partir del cual los minutos parecían ralentizarse, parecían horas, incluso días. No paraba de contar el tiempo hacia atrás. Volver a mirar su correo y comprobar cuando recibió las últimas señales del que decía ser su novio. Siempre lo hacía. Aparecía y desaparecía. A veces se hacía larga la espera entre uno y otro en que los dos se vieran, mientras que otras veces, pasaban tanto tiempo juntos que ella quería pedirle un momento para conseguir despegarse de sus brazos. Tampoco se entendía a sí misma. Tampoco sabía porqué le quería y a la vez sentía que no era tal ese amor, o porqué en otros momentos le odiaba pero luego se daba cuenta de que no era así.
Jugó con ella misma. No me refiero a él, me refiera a ella, ella misma se tendía trampas continuamente. Tomaba determinaciones finales, les hacía llamar, pero lo hacía una detrás de otra. Cada día que él pasaba de contestarle sus correos, cada vez que pasaba de cogerle las llamadas, ella pensaba que ya había tenido suficiente, que había pasado mucho tiempo escuchándolo sin esperar nada a cambio, o bueno, quizás si esperaba algo, pero era algo tan simple de dar que no conseguía entender porqué cuando ella le pedía un simple abrazo, una mirada de compresión, o un beso de cariño, él hacía oídos sordos. Por esto decidía que ya no seguiría haciéndose la tonta, contestando siempre a sus llamadas como si ella siempre estuviera allí, dejando todo lo que estuviera haciendo por importante que fuera por acudir en su búsqueda. Decidía día tras día, o más correctamente vez tras vez, que ésa sería la última oportunidad. Pero ella no se lo decía así misma, que va! Hablaba con él, le imploraba explicaciones, algo debía hacer ella para que él decidiera que de estar abrazados una media de 10 horas seguidas un día a pasar a no ver ni un solo abrazo en  una media de 14 días en las siguientes horas. Él le daba las mismas explicaciones de siempre que si bien ella entendía como parte de la vida de él, no entendía porqué por lo que él le explicaba tendría derecho o deber quién sabe como él lo veía, para desaparecer de su vida de ese modo. No estaba considerando los sentimientos de ella, ni siquiera estaba pensando en lo que ella podía pensar o como podía reaccionar. Estaba demasiado acostumbrado a que no pasara nada. A tratarla como le diera la gana, a sabiendas de que ella le esperaría sin rechistar hasta la siguiente vez que él la necesitara, o al menos según él, que pudiera verla. 
Eran las 10 de la noche y había esperado, jura que lo había hecho, pero se había cabreado. Esta vez más que nunca. Esta vez era ella quién necesitaba la ayuda de él y por más que se lo había pedido en diferentes días no había cambiado nada en su comportamiento. Ahora ella estaba al límite de sus posibilidades. No podía esperar un día más. Y digo podía, porque es así. Al día siguiente partiría fuera de la ciudad y estaba segura de habérselo dicho a él días antes, 11 concretamente. Ya no tenía nada que perder. Se iba de todos modos, así que por fin sería capaz de decirle lo que siempre había deseado pero no hacía, quién sabe si por miedo a perderle, quién sabe si por miedo a equivocarse. El caso es que siempre le había comprendido, escuchado, perdonado... hasta ahora. Ese día era su determinación final. De hecho le había cambiado de nombre ya que las anteriores determinaciones finales nunca lo fueron aunque con lágrimas se labraran en algunos casos. Ésta no se llamaría así. Ésta era definitiva. Partía de un sentimiento de desprecio tan grande por sí misma, por haber estado siempre a los pies de quien no se lo merecía, o al menos nada hizo para demostrar lo contrario que ahora convertiría su determinación final de los finales en una bomba explosiva. "Ful de ases" quiso llamarlo. ¿Qué por qué? Porque él había logrado tener en la manga todas las cartas necesarias para que ella acabara por llenarse de rabia, de incomprensión y de dolor, que no sé muy bien por qué pero siemrpe me ha dado la impresión de que por muy fuerte que se diga que es el amor, cuando ese amor que fue tan fuerte se reemplaza por rencor, éste es de verdad mucho más fuerte que el amor anterior, y éste si que mueve todo lo que el anterior no pudo por miedo y respeto, características de las cuales el rencor carece. 
Y así fue cuando a la una de la mañana sin previo aviso se presentó en su portal. Llamó al timbre. Mintió para que la abrieran. Y subió.

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